El poder político y el poder mediático unidos para ofrecernos un espectáculo fársico nacional.
Los que planearon y diseñaron la estrategia de la campaña de Enrique Peña Nieto, hayan sido y sigan siendo los de Televisa, se propusieron como objetivo principal, reducir, anular la “conciencia crítica” de los potenciales electores, induciendo abierta y subliminalmente, la imagen de un fetiche que responde al nombre de Peña Nieto, pero que realmente es un producto de mercadotecnia y publicidad, que significa la proyección ideológica del ideal del poder de la clase dominante. Lo más lamentable de esta construcción semiótica, de esta historia, es que se está logrando convencer al público objetivo-objeto para su reproducción en las urnas.
El discurso del PRI, a estas alturas de la película, poco importa que se llame Partido Revolucionario Institucional, es la repetición obsesiva de una sola propuesta: “ nuestro candidato es guapo y representa el cambio” frente a un presidente “feo y desagradable” como Felipe Calderón; nuestro candidato te lo promete y te lo cumple” (quizás en la cama). Es el personaje protagonista de la telenovela por venir: “ A Juan Diego( Enrique Peña Nieto) se le apareció la virgen “rubia” (la Gaviota) y se hizo el milagro del retorno de los brujos, o sea los mapaches del PRI a los Pinos. ¡Claro! Una telenovela muy bien hecha, con tecnología de punta, proyectada por la telecracia de los medios ad nauseam.
Los electores mexicanos de principio del siglo XXI, no se deben dejar avasallar por la campaña que pretende someter su voluntad política. Deben decir libremente su voto. El bombardeo de los millones de spots, ha convertido esta campaña electoral en la más aburrida de los últimos 24 años. Los mensajes que en 30 segundos excretan Peña Nieto, Vázquez Mota y Quadri (palero de la tarántula Elba Esther) son elementos escenográficos de una tragicomedia patrocinada por la oligarquía, trasmitida las 24 horas, donde los candidatos tienen aprendido su papel, con la honrosa excepción de Andrés Manuel López Obrador, que representa a millones de ciudadanos (¿quién sabe cuántos?) que se niegan a aceptar el destino fatal que la oligarquía le tiene preparado a este triste país: la continuación, ad perpetuam, de la miseria, la injusticia, la violencia y la enajenación como único sistema posible de vida.
La coyuntura electoral debe ser el momento oportuno para definir la toma de posición política entre más de lo mismo o el cambio verdadero. No queda mucho tiempo para la rebelión de las urnas, para la rebelión de las conciencias. ¿Se podrá?
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