Provocación post-paraíso: a partir de la obra del fotógrafo Joel-Peter Witkin emana un electrizante manifiesto en contra de los pilares que sostienen nuestro concepto de belleza y luminosidad.
En las últimas décadas pocas obras fotográficas, tal vez ninguna, han perturbado más a la conciencia del observador que el trabajo de este neoyorquino. A través de su lente desfilan alegorías hiperreales protagonizadas por personas con deformidades físicas, transexuales, cadáveres desmembrados y hermafroditas, que invitan al espectador a sumergirse en una despiadada aventura estética.
Siendo apenas un niño, Witkin presenció un suceso, en su natal Brooklyn, que terminaría por influir su obra de una manera determinante:
Ocurrió un domingo cuando mi madre nos acompañaba, a mí y a mi hermano gemelo, bajando las escaleras de nuestra casa. Nos dirigíamos a la iglesia. Mientras caminábamos por el corredor hacia la puerta del edificio escuchamos un increíble choque, cuyo sonido se entremezcló con alaridos que suplicaban por ayuda. El accidente involucró tres automóviles, todos ellos conduciendo familias. De alguna forma, en medio de la confusión, de pronto ya no estaba cogiendo la mano de mi madre. Desde donde estaba parado yo, en la banqueta, podía ver algo rodando desde uno de los autos accidentados. El objeto se detuvo justo delante de mí. Era la cabeza de una pequeña niña. Me incline para tocarla, para hablarle, pero antes de que lo lograra alguien me tomó y alejó de la escena.
Al escuchar esta narración del propio artista, y enterarnos que este suceso marcaría profundamente su futuro trabajo, como parte de una sombría sincronía, entonces, quizá, podemos explicarnos por qué Witkin esta obsesionado con estos personajes, todos ellos habitantes de los rincones más oscuros de nuestro mapa psico-cultural, de la cara oculta del edén. Años después este neoyorquino pasaría por otra etapa que seguramente terminó de imprimir su estilo fotográfico, y evidentemente su psique: fue fotógrafo de guerra en Vietnam entre 1961 y 1964, periodo durante el cual se enfrentó a escenarios inenarrables de violencia y sufrimiento que quedarían documentados por su cámara.
Sus imágenes, inicialmente capturadas bajo procesos daguerrotípicos, son posteriormente tergiversadas con recursos complementarios, como el rasgar los negativos, exponerlos a químicos agresivos o revelarlas caóticamente. El tratamiento que da a sus fotografías se ha ligado con una influencia directa: la obra de John Ernest Joseph Bellocq, también estadounidense y quien adquirió fama por sus secuencias fotográficas de fantasmagóricas prostitutas, las cuales fueron captadas a principios de siglo en el distrito rojo de Nueva Orleans.
Pero a pesar de la polémica que Witkin despierta, en algunos casos una radical aversión, lo cierto es que la implacable técnica impresa en la perturbadora retórica de su obra, aunada a una invitación explícita para transgredir, a través de sus imágenes, cualquier dejo de moral estética, han terminado por acuñar uno de los discursos fotográficos más contundentes del último medio siglo. En este sentido, pasear de la mano de Witkin hacia aquella región casi intratable de nuestra mente termina siendo una inolvidable caminata a través del otro lado de un paraíso, del cual, por cierto, ya todos fuimos desterrados.
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