La Capilla Chêne, construida sobre un roble de 800 años de edad que fue golpeado por un rayo, es una interesante mezcla de elementos paganos y cristianos.
Mezclando inevitablemente elementos paganos con elementos cristianos, los fieles de la Capilla Chêne penetran la oquedad de un roble para celebrar la Asunción de la Virgen y demás liturgias dentro de una nave arborescente. El árbol-capilla tiene más de mil años según los locales (científicos calculan que el roble sólo tiene 800) y es uno de los más famosos de Francia por su “corteza consagrada”.
La capilla fue construida en 1695 cuando un rayo golpeó su tronco y en ese espacio dos hombres religiosos vieron la posibilidad de construir un santuario para la Virgen María. Construyeron un espacio para un altar y la llamaron “Notre Dame de la Paix” (Nuestra Dama de la Paz). Luego forjaron unas escaleras espirales y un segunda capilla que fue llamada “La Cámara del Ermitaño” —seguramente un buen espacio para la meditación.
En 1793, durante la Revolución Francesa, el roble casi perece incendiado, ya que era un símbolo de la Iglesia con la cual la nueva república buscaba romper. Pese a estas vicisitudes, el legendario árbol sagrado se mantiene vivo.
Mezclando inevitablemente elementos paganos con elementos cristianos, los fieles de la Capilla Chêne penetran la oquedad de un roble para celebrar la Asunción de la Virgen y demás liturgias dentro de una nave arborescente. El árbol-capilla tiene más de mil años según los locales (científicos calculan que el roble sólo tiene 800) y es uno de los más famosos de Francia por su “corteza consagrada”.
La capilla fue construida en 1695 cuando un rayo golpeó su tronco y en ese espacio dos hombres religiosos vieron la posibilidad de construir un santuario para la Virgen María. Construyeron un espacio para un altar y la llamaron “Notre Dame de la Paix” (Nuestra Dama de la Paz). Luego forjaron unas escaleras espirales y un segunda capilla que fue llamada “La Cámara del Ermitaño” —seguramente un buen espacio para la meditación.
En 1793, durante la Revolución Francesa, el roble casi perece incendiado, ya que era un símbolo de la Iglesia con la cual la nueva república buscaba romper. Pese a estas vicisitudes, el legendario árbol sagrado se mantiene vivo.
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